¿ Cómo es posible?
Publicado en diario LA RIOJA (click a enlace), Logroño 15 de marzo 2024
Me pregunto constantemente, cómo es posible que una actividad tan emocional, tan atávica, tan social, tan familiar, tan necesaria y sustancial como cocinar, haya prácticamente desaparecido del escenario de nuestros quehaceres domésticos cotidianos, y que se haya ido disipando de una manera tan fulminante, tan rápida y de forma tan desoladora como perversa para nuestros intereses. Se ha externalizado tanto la práctica de transformar los alimentos en comida, que ya no sentimos que sea algo inherente a nuestra vida.
Podemos caer en la trampa del autoengaño, achacándolo a la falta de tiempo en esta rápida sociedad en la que nos intentamos desenvolver, ya que este ritmo frenético o más bien de frenopático en el que vivimos, no nos deja margen para atender lo importante, ya que nos dirige constantemente a lo urgente, y también me pregunto: ¿en qué momento alimentarnos de forma consciente dejó de ser trascendente?
La vida me ha enseñado a que hay que dejar de buscar culpables, aunque es importante tenerlos localizados para no volver a pisar esos charcos, y que es mejor y más provechoso proponer soluciones, ignorando el pasado para proyectar el futuro.
Así, propuesto a trazo grueso, observo que en la actualidad, las horas de nuestra vida se han mal dividido en dos: las horas productivas o de trabajo y las horas de disfrute; pareciendo que lo que no se encuentre en un bando, inexorablemente esté en el otro, ¿les suena la polarización verdad?, pues “engañemos” a la psique y determinemos que ciertas actividades las podemos trasvasar de un bloque a otro; las labores domésticas, que debieran ser interpretadas como puro reiki, yoga o cualquier actividad de aquellas que prometen equilibrio emocional y armonización, ya que son actividades que atienden a nuestro orden interior, como la limpieza, organización, mantenimiento de espacios equilibrados, alimentación, se han incrustado en el espacio de las obligaciones, de lo productivo y por eso las repelemos, acercándonos a ellas con pereza y hastío, cuando debiéramos enfocarlas como horas de disfrute y crecimiento personal.
Cocinar, ya sea de forma individual, en familia o con amistades, debe ser interpretado como una yincana, una actividad lúdica, tratando de buscar un objetivo, una receta, y disfrutar del recorrido. Salir a buscar los ingredientes y aprender sobre ellos con las explicaciones y las pistas que nos pueda ofrecer el tendero, busquen tenderos, pescaderos, carniceros, personas con rostro y nombre que conocen y miman cada uno de los alimentos que seleccionan, ellos nos guiarán sobre qué alimentos están de temporada y cuales no y qué producto está de oferta y porqué, consulten también con algún amigo cocinero, todos tenemos alguno, y que nos ayude con un microconsejo a que el plato nos quede más sabroso y atractivo, seguro que les pone en la pista de un productor y descubren historias magníficas que les sorprenderán y les atraparán emocionalmente.
Rescaten los recetarios familiares que conservan los sabores de su infancia, ese libro con el que cocinaba su madre o llamen por teléfono a sus tías y abuelas (y tíos y abuelos) y pregunten por aquellos platos que se anclaron en su memoria, ustedes aprenderán y ellos disfrutarán. Atrévanse también a jugar con sus registros y su universo propio a través de su escritor, pintor o músico favorito, indaguen sobre sobre sus costumbres y orígenes y busquen en esos lugares un hecho diferenciador a través del cual puedan deslizar también en su receta un matiz homenajeando así sus obras que tanto disfrutamos. Hagan así suya la receta, la cocina no es algo cerrado y académico, es flexible y líquida, es un acto de libertad que se adapta a las necesidades y precisamente eso es lo que la hace crecer, al igual que pasa con el vocabulario del idioma, una versión constantemente actualizada que nos permite entendernos.
Como habrán comprobado, cocinar debe ser una fiesta en su propia definición, un terreno que constantemente debemos seguir explorando y disfrutando, e imagínense lo que sucede después de cocinar cuando llega el momento de consumir y compartir lo cocinado, y poder contar a sus comensales cual es la receta, de donde surgió, qué productor han localizado, y porqué lleva ese ingrediente, que lo descubrió quizás en la ultima novela que disfrutó, o que le transporta a aquella canción. Pues todo eso es cocinar, y por el camino hemos encontrado cultura, hemos ampliado nuestros registros, hemos socializado y nos hemos divertido. Adaptemos esta experiencia, la de cocinar, a una activad extraescolar, al plan del finde con amigos y en la medida que el tiempo les permita, a su día a día compartiendo sus progresos con sus círculos sociales y construyan su propio recetario personal, escríbanlo en un cuaderno, con el tiempo verán el valor que contiene y podrán compartirlo con sus predecesores, cerrando así un emocionante círculo. Aunque si no disponen de tiempo, pueden seguir pasando horas muertas haciendo scroll en sus dispositivos, compartiendo memes por guasap o seleccionando alguna serie random que consumirán sin pena ni gloria.
Lo que les puedo asegurar plenamente es que cocinar es un planazo sin fisuras, cocinar es vivir, vivir plenamente, es un acto de responsabilidad y compromiso, individual y social, cuando lo descubran no habrá retorno y se preguntarán: ¿cómo es posible?