No me maten el verano
Según estrenamos septiembre, llevamos unos cuantos años que nos matan el verano.
Desde julio nos venden lotería de Navidad, los libros del cole acechan en las librerías e incluso las cadenas de radio nos presentan su nueva temporada al grito de: “estrenamos este otoño con nueva programación”. Es a lo que nos ha conducido esta sociedad de consumo, que por consumir, consumimos hasta estaciones antes de tiempo… Pero me gusta, me gusta saborear este último tramo del verano mientras otros lo desprecian, pensando que me pertenece y estrechando así nuestra relación, que para eso nací en plena canícula.
Con la prisa de consumir el verano, se pierden los mejores atardeceres, atardeceres unos segundos más largos, en los que debido a la posición de la tierra respecto al sol (no al revés) se nos regala una escala de naranjas mucho más intensa que la de agosto, pero claro, no tiene tanto glamur como la del chiringuiteo de spritzs caros y vulgares de Las Pitiusas, ¡ay Señor!
Yo, es que siempre he sido de apurar.
Me encanta pasar el dedo por el interior de la bolsa de pipas cuando ya no queda ninguna para restregar los últimos restos impregnados en sal, de pequeño, creo que me proporcionaba más gusto estar media hora sorbiendo con la pajita el botellín de refresco, que beberlo en sí. Cuando iba al antiguo Las Gaunas, siempre remoloneaba al terminar el partido hasta quedarme sólo en la grada, esa sensación de subir a la última fila de la grada y sentir que el estadio es tuyo y hacer el gesto de ¡apaguen los focos! es inenarrable.
En el cine, aguantar imantado en la butaca hasta que ha pasado el último título de crédito en respeto a quien aparece; antaño, aún nos llevábamos alguna sorpresa y el montador de turno dejaba alguna escena que no formaba parte de la película o alguna toma falsa, la satisfacción que proporcionaba cuando eso ocurría era tremenda. También soy especialista en entrar a las tiendas en septiembre preguntando por la ropa de verano y me miran con gesto entre desprecio y desinterés, sé que pertenecen a esa tribu que nunca apura la bolsa de pipas, me digo a mí mismo y salgo sonriendo.
Apuren las estaciones, no cierren el libro a falta de veinte páginas y no apaguen la tele en el tie-break y por supuesto, no me maten al verano, que sigue de parranda.