de pólvora, manzanas y sal
Noventa y nueve días confinados no fueron suficientes para entender, para interiorizar, que como simples ciudadanos que vivimos en comunidad, nuestra única misión consistía en llevar una simple mascarilla. Quizás depositamos demasiadas esperanzas en ese ente abstracto que denominamos “ser humano” capaz de crear antibióticos, mandar artefactos a Marte, tomar vinos online con amigos de Australia y a la vez, cavar su propia tumba por el mero hecho de no llevar una mascarilla.
Hubo un tiempo en el que nos tocaba pasar unos meses de nuestras vidas en el “servicio militar”, nunca disparé un fusil, ni olí la pólvora, pero entendí lo que era la responsabilidad social, el cómo la indisciplina de uno, la pagaba un batallón. Ya no hay “mili” y ahora la disciplina se aplica a rajatabla, pero sólo los fines de semana… ¡ni un “finde” sin marcha!.
Tampoco tendríamos que extrañarnos, ya que al fin y al cabo, somos hijos de Adán, aquel que lo único que debía hacer para continuar en el paraíso, era no morder la manzana, (qué buena le debió de saber). También somos hijos de Edith y Lot “no miren para atrás, o se convertirán en estatuas de sal” …y para museo se quedó la señora.
En fin, que lo llevamos en los genes, y la culpa, es de los fabricantes de mascarillas, ya que debieran llevar wifi incorporada y costar como un Iphone15, ¡no nos las quitábamos ni para dormir!
Quizás tampoco éramos para tanto.
Qué pena, qué miedo, qué indisciplina.