Dios lo ve

Dios lo ve
Así reza el título del magnífico tratado que nos regaló Oscar Tusquets a comienzos de siglo.
El placer de soñar con alcanzar la perfección ,técnica ,estéticamente o como concepto, se convierte en una pequeña meta volante diaria que luchamos por cruzar. Cortar hierbaluisa al atardecer o al amanecer buscando matices apenas imperceptibles. Esperar una semana más en diciembre para cosechar la uva de racima, a sabiendas que helará pero tendrá plenitud de sabor. Preparar mezclas cada domingos por la tarde para que el lunes estén perfectas. Dejar de elaborar helado de miel durante una temporada, porque las abejas que trabajan en las colmenas de Iñigo “están vagas”. Exprimir el zumo de los limones murcianos de Jesús, uno a uno a mano, en invierno, para que se disfruten en agosto con 40 grados o ir a recoger las lías de vino de Abel en febrero para guardarlas frías durante todo al año, hasta que aparezcan las de la nueva cosecha, son una página de nuestro libro de sabores, y es esto, sólo esto lo que nos anima a escribir cada día un par de líneas más en ese archivo imaginario.
Es el mismo placer que encontraron los egipcios en sus construcciones milimétricamente matemáticas, el mismo que Antonio López cuando después de cuatro meses da otra pincelada a ese cuadro que empezó hace un par de décadas, o cuando Vita Sackville diseñó los jardines de Sissinghurst
La satisfacción de vaciarse en cada una de las elaboraciones y poder ofrecer cada día la mejor versión actualizada de uno mismo.
Difícil de valorar, de transmitir y por supuesto un “esfuerzo” no cobrado. Y no se cobra porque no se gasta, es más, crece cada día en ilusión, y ese , sólo ese, es el premio…
Bueno… y porque Dios lo ve!